miércoles, 23 de septiembre de 2015

¿CUANTAS PROTEINAS?



Una de las grandes controversias entre los especialistas en nutrición se centra en el valor relativo de diversas proteínas, en especial de las proteínas animales. Hay algunos que piensan que las únicas proteínas completas son las que se encuentran en la carne, el pescado, la leche y los huevos y que, por tanto, para una buena alimentación es esencial ingerir copiosas cantidades de dichos alimentos. Otros prefieren las proteínas casi «completas» y menos concentradas, tales como las que se encuentran en las semillas, especialmente las de sésamo, soja, en las coles de Bruselas, las legumbres y los frutos secos. Otros abogan por conseguir las proteínas de la fruta fresca, las verduras, las nueces y los cereales. La verdad se encuentra en la reacción de nuestro propio organismo, y la cuestión debe resolverla la consciencia de cada individuo. Es cierto que las proteínas constituyen los elementos básicos de los tejidos de nuestro cuerpo y que, sin ellas, moriría uno pronto. Pero también lo es que el exceso de proteínas puede provocar toda una serie de enfermedades físicas y mentales actualmente consideradas como «incurables» por la ciencia moderna (el cáncer, la esquizofrenia y otras). Los estímulos a un mayor consumo de proteínas, tan frecuentes en el mundo occidental de hoy en día, pueden deberse a fuertes presiones comerciales y no tener nada que ver con un buen estado de salud. Un niño que está creciendo necesita generosas cantidades de proteínas para su proceso de desarrollo. Pero deben equilibrarse con el adecuado consumo de hidratos de carbono y otros elementos. Una dieta a base exclusivamente de proteínas no es factible ni recomendable, al igual que una dieta totalmente desprovista de ellas, que resultaría mortal. Según el organismo va envejeciendo, necesita cada vez menos y menos proteínas concentradas para recomponer o reconstruir sus tejidos, y puede subsistir con cantidades sorprendentemente pequeñas. De hecho, una dieta excesivamente rica en proteínas puede ser la causa de numerosos tipos de cáncer. El páncreas se ve obligado a segregar grandes cantidades de jugos gástricos (enzimas), que son los encargados de descomponer las proteínas en el intestino delgado. Si la dieta es excesivamente rica en proteínas, el páncreas puede no ser capaz de suministrar la energía suficiente como para realizar esa tarea. El propio cáncer no es sino una proteína «salvaje» que suele acompañar a una elevada toxicidad, un fuerte consumo de proteínas y una dieta desequilibrada. Muchas personas están en contra de comer carne por razones espirituales. Evidentemente, tanto si comes carne de ternera como si comes una zanahoria, lo que estás tomando en realidad es una forma de vida. De hecho, la zanahoria es más consciente de tu pérfido intento que la ternera. El reino vegetal ha demostrado poseer un nivel más elevado y perfeccionado de sensibilidad que incluso el hombre de hoy en día. El renombrado polígrafo Cleve Backster descubrió que incluso las plantas de interior normales y corrientes responden a la simple idea de hacerles algún mal. Poseen tal capacidad de establecer un profundo contacto con la persona que las cuida, que son capaces de mantener una consciencia total del estado emocional de la misma, se encuentre donde se encuentre. Cuando se la arranca de la tierra, hasta la última zanahoria grita pidiendo que se le respete la vida. Si la vuelves a depositar en el suelo, continuará creciendo, pues sigue conteniendo la fuerza vital esencial que ha sintetizado directamente del sol, el agua, el aire y la tierra. Cuando empleas en tu alimentación productos vegetales sanos, esa fuerza o energía vital se te transmite a ti. La carne es una modalidad distinta de vida; pierde su energía o fuerza vital en el mismo momento del sacrificio. No cabe la menor duda de que representa una forma completa y sumamente concentrada de proteínas, similar a la que existe en nuestros organismos, pero la carne contiene también una elevadísima cantidad de toxinas. Los productos cárnicos que se venden comercialmente suelen contener grandes cantidades de elementos químicos, antibióticos y hormonas. El potencial de putrefacción de la carne es el doble que el de otras fuentes de proteínas. 
Si lo que nos interesa es la cantidad disponible de energía, las verduras, los frutos secos y los cereales constituyen una fuente mucho más rica que la carne. La diminuta reserva o almacén de energía inherente a todos y cada uno de los granos de cualquier tipo de cereal posee el potencial pleno de la planta en la que está destinado a convertirse. Obtienes esa energía o fuerza vital cuando ingieres semillas y granos integrales y sanos. Se ha llegado incluso a decir que un filete exige para su digestión más energía de la que él mismo proporciona. Los músculos de tu cuerpo absorben el ácido úrico generado por la ingestión de carne, saturándose antes o después según dicho ácido va cristalizando en forma de puntitas afiladas y parecidas a una aguja, lo que te hará sentir los dolores y molestias propias del reumatismo, la neuritis, la ciática, la gota y diversas enfermedades hepáticas. El comer o no carne es algo que depende únicamente de los gustos y costumbres particulares y de la cultura en la que se viva. Lo que está claro es que su consumo no está destinado a suministrar al organismo la mejor fuente disponible de proteínas. El factor cultural es de la mayor importancia. La gente lleva comiendo carne desde hace muchísimo tiempo. Y la estructura genética de cada uno contiene los elementos químicos y las pautas de metabolismo de sus antecesores. Si tu familia procede de un clima frío y duro, y está acostumbrada a comer grandes cantidades de carne y patatas, puede que te resulte algo más difícil convertirte al vegetarianismo. Para adoptar una dieta más adecuada a tu actual forma de ver las cosas, pueden ser necesarios varios años de lento proceso de conversión. El clima en el que vivas y tus hábitos o formas de vida (el trabajo, los deportes, la vida sexual) desempeñarán un importante papel en la fijación o determinación de tus necesidades en relación con tu dieta individual. Si comes carne, debería ser lo más sana y fresca posible. Las vísceras son las que contienen la mayor cantidad de elementos nutritivos, pero si están contaminadas, también las que retienen los niveles más elevados de elementos perniciosos (por ejemplo, el hígado, los riñones). Según te vas convirtiendo lentamente a unos hábitos alimenticios más ajustados a las pautas de vida más sana a la que aspires, la carne de ave de corral, el pescado, los huevos fertilizados, la carne fresca y sana de buey o cordero tomados dos veces a la semana deberían bastar para satisfacer tus necesidades químicas y ancestrales de proteínas concentradas. El resto de tus necesidades proteínicas puede verse satisfactoriamente satisfecho por las verduras, los frutos secos, las semillas y los diversos tipos de coles. La desmesurada importancia concedida en nuestra cultura a las proteínas concentradas no guarda ninguna proporción con las necesidades del cuerpo. El ingerir proteínas animales tres veces al día y siete días a la semana es dañino, cuando no peligroso. Existe un considerable número de pruebas que corroboran las teorías sobre la relación entre el cáncer y el funcionamiento del páncreas a que nos hemos referido anteriormente. Si tenemos en cuenta que numerosos norteamericanos suelen tomar huevos en el desayuno (acompañados frecuentemente de jamón o bacon), alguna variedad de carne, producto lácteo o pescado en el almuerzo y también en la cena, helados como postre, y puede que frutos secos entre horas, empezaremos a darnos cuenta de la gravedad del problema. La realidad global de la nutrición en general radica en el delicado equilibrio entre alimentos crudos y alimentos cocinados, en cómo se combinan y en cómo tu organismo responde a los mismos. 

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