martes, 29 de septiembre de 2015

DIETAS



Todos nosotros diferimos bioquímicamente en algo. Por tanto, ningún régimen o dieta puede ser el ideal para todo el mundo. Esto resulta especialmente cierto debido a que la alimentación constituye una potente medicina. Algunos de nosotros contenemos más putrefacción en nuestros organismos que otros y necesitamos más alimentos purificadores que contribuyan a desbloquear las obstrucciones de energía muerta. En tales casos, la fruta fresca y los zumos de fruta fresca constituyen con frecuencia la prescripción más acertada. Si lo que necesitas es más bien recuperar fuerzas, puedes introducir en tu dieta mayores cantidades de verduras frescas, de cereales y de buenas proteínas vegetales, como las que se encuentran en la mantequilla de sésamo o en la harina de soja. Una vez que hayas controlado los factores negativos y te encuentres relativamente purificado, podrás iniciar una aceleración consciente de tu programa alimenticio reequilibrando la proporción de alimentos crudos y «vivos» en relación con los alimentos cocinados que ingieres. Cuando se cocina cualquier tipo de verdura u hortaliza, una parte importante de su contenido vital resulta
destruida por el calor (por no hablar de la destrucción de sus enzimas y de la pérdida de vitaminas y productos minerales disueltos en el agua). Los átomos de los que se componen vuelven al estado mineral, destruyéndose la mayor parte de su valor. Las verduras y hortalizas excesivamente hervidos o cocinados sirven fundamentalmente como masa que favorece la eliminación. No obstante, si se preparan adecuadamente (al vapor), se asimilan mucho más fácilmente que crudas, y son imprescindibles para una dieta media. En los tiempos en los que el medio ambiente se mantenía relativamente limpio y puro, era probable poder conseguir un equilibrio correcto combinando un 50 por 100 de alimentos crudos y otro 50 por 100 de alimentos cocinados. Pero hoy en día vivimos en un medio viciado tanto fuera como dentro de nosotros mismos. La purificación constituye por tanto un proceso necesario para la salud y el desarrollo. Y para que pueda producirse, debe mantenerse el adecuado equilibrio entre alimentos «vivos» y «muertos». Como la energía de tu cuerpo está en constante cambio, también debes modificar los alimentos que ingieres. En invierno necesitas mayores cantidades de alimentos ricos en calorías, lo que de paso favorece el almacenamiento de energía. Cuando hace frío, el Ki de tu cuerpo se dirige fundamentalmente hacia dentro. El verano, época en la que la energía corporal tiende a salir a la superficie, es una buena estación para purificar y expulsar toxinas.Se debe por tanto comer de acuerdo con el ritmo de las estaciones. Una persona relativamente sana debería tomar:
Octubre-marzo Abril-septiembre Días muy calurosos 30 % de cereales integrales, acompañados de semillas, frutos secos y mantequilla de nueces. 30 % de verduras frescas. 70 % de verduras frescas. 30 % de verduras salteadas o al vapor. 30 % de fruta fresca. 30 % de fruta. 20 % de verduras crudas. 20 % de cereales y alimentos animales, frutos secos, mantequilla de nueces y semillas.  20 % de alimentos animales, y algo de fruta, principalmente seca. 20 % de verduras salteadas al vapor.  Cuando se eleve la proporción de alimentos animales, deberá reducirse la de cereales.

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