Como todo lo demás del universo, el organismo humano fue creado con un único fin, el de su
completa realización. Todas las células, órganos y aparatos del mismo deben funcionar a un nivel
óptimo de eficiencia, al tiempo que el cuerpo expresa el crecimiento o desarrollo del espíritu
interior. En él nada se hizo por error o al azar. Todo coadyuva a un fin u objetivo central. El
sinergismo de un cuerpo sano y un espíritu sano proporciona un canal puro y abierto para que la
energía cósmica lleve a cabo su trabajo de carácter evolutivo.
Este magnífico cuerpo, que te sirve de sostén a lo largo de toda tu vida, está preparado para
resolver las dificultades más extremas y para recobrarse sin mostrar la menor traza de pérdida de
eficiencia. Esta maquinaria, tan sumamente sensible, proporciona movilidad, placer, vigor y
acción, ofrece un lugar de reposo para el alma. Ha sido sólo durante la Segunda Civilización
cuando el hombre ha olvidado cómo utilizar las energías que alberga en su interior. Esta pérdida
de consciencia le ha costado todo lo que estimó en otros tiempos y tenía verdaderamente valor.
Una de las pérdidas más dolorosas es la de la salud y movilidad de su propio cuerpo. Si
reconquistamos nuestra auténtica forma de ser, seremos capaces de recuperar todo lo que hemos
perdido y mucho más. El cuerpo humano lleva esperando ya suficiente tiempo a recuperar su vigor
y fortaleza. Debería ser ya capaz de volver a funcionar de acuerdo con el propósito para el que fue
creado: sustentar y expresar adecuadamente el alma humana. Y sólo mediante una elección
consciente podrá producirse esto en tu propia vida.
El cuerpo se nutre de alimentos. Necesita alimentos sanos, integrales y vivos. Cuando se le
proporciona energía viva que utilizar como «combustible», puede desempeñar sus funciones con
un mínimo de desperdicio y suministrando el máximo de energía. Pero si tu alimentación es
insuficiente, excesiva, incompleta o insana, el cuerpo reaccionará e intentará conseguir el
necesario «combustible» en alguna otra parte, primordialmente de sus propias reservas de los
elementos de los que se deriva. Puede también tratar de obtener los del aire o del agua o
sintetizarlos a partir de otras sustancias del organismo. Durante la era pasada nuestros cuerpos han
perdido en gran medida su capacidad de extraer lo que necesitan de los deficientes alimentos a los
que nos hemos acostumbrado. Ahora, y para recuperamos, necesitamos grandes cantidades de
alimentos óptimos. Si tu alimentación no posibilita a tu cuerpo e1 reponerse o recuperarse
constantemente, funcionará de manera ineficiente, segregando toxinas residuales. Incapaz de
eliminarlas adecuadamente, las irá almacenando, cada vez en mayores cantidades. Esta
acumulación sobrecarga el organismo, provocando antes o después obstrucciones y una
disminución o distorsión del flujo de energía. Según esos venenos van acumulándose, comienzan a
afectar a la mente, pues, en último extremo, el cerebro se nutre también del «combustible» que le
proporcionan los alimentos. A la larga, el propio espíritu se ve también influenciado. Por esta
razón, y si deseas conseguir y mantener una buena salud, tu alimentación debe cumplir dos
funciones distintas: proporcionarte un máximo de energía con un esfuerzo mínimo de asimilación
y permitir que tu cuerpo elimine adecuadamente sus residuos. Todo alimento que tu organismo no
sea capaz de convertir fácilmente en energía vital debe considerarse como inútil o incluso nocivo.
Por el contrario, los alimentos que creen energía vital son útiles y beneficiosos.
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