miércoles, 30 de septiembre de 2015

Dieta purificadora y ayuno



Antes de iniciar un ayuno o una dieta purificadora se debería incrementar el consumo de fruta y reducir el de todos los demás tipos de alimentos. Si no te sientes bien, y sobre todo si sufres cualquier trastorno gastrointestinal, deberías disminuir de inmediato la sobrecarga a la que estás sometiendo a tu organismo. Suprime momentáneamente el desayuno y sustitúyelo por un vaso de agua templada. El agua fría del grifo o manantial debería calentarse hasta una temperatura algo más que tibia, pero sin llegar a hervir. Puedes añadirle un poquito de zumo de limón. Tómalo todos los días a modo de desayuno. Por supuesto, a lo largo del día puedes beber todo el agua que precises, pero evita el agua fría, y mucho menos helada. Hacia las once u once y media deberías tomar un almuerzo a base de verduras crudas y fruta. Si descubres que las verduras crudas te resultan difíciles de digerir o te provocan gases, prueba con verduras hervidas o zumo de hortalizas. Muchas personas sufren este problema como consecuencia de un debilitamiento de los conductos gastrointestinales; en ese caso deben ir avanzando poco a poco y lentamente en el proceso de conversión a los alimentos crudos. La cena debería tomarse temprano y consistir siempre en verduras u hortalizas y cereales. Si estás enfermo, debes eliminar totalmente el consumo de proteínas animales. El ayuno es el mejor medio de permitir a tu propio organismo curarse. La eliminación del desayuno y de los alimentos pesados constituye un buen comienzo para prepararse a ayunar. 
En último extremo, eres tú mismo quien debe encontrar su propio equilibrio de alimentos y sistemas dietéticos de curación. Adéntrate en tu propia consciencia y escucha los mensajes de tu cuerpo atentamente y con sinceridad. Esto no resulta siempre fácil. Aparte de tus propias pautas negativas, que pueden encontrarse agazapadas, esperando recuperar el control, te encontrarás con docenas y docenas de distintas teorías dietéticas desde diferentes puntos de vista. Experimenta con los alimentos hasta descubrir la dieta o régimen que más te conviene. Si una nueva dieta te hace sentirte mejor, continúa en esa dirección. Si algún alimento pesado te hacen sentirte amodorrado, «intoxicado» o enfermo, manténte lejos de él. Eso significa que tu cuerpo está intentando decirte algo. Sigue los consejos que te den personas autorizadas: médicos, expertos en temas de nutrición, yoguis, especialistas en macrobiótica..., y atempera tu propia dieta mostrándote sincera y conscientemente sensible hacia las necesidades de tu cuerpo. Antes o después, tu dieta se verá determinada por el tipo de vida que desees llevar y por el grado de refinamiento que aspires alcanzar. Tus verdaderos deseos y valores te guiarán hasta una consciencia perfecta de lo que comes. El aparato digestivo es como cualquier otra parte de tu cuerpo. Para estar sano necesita hacer bastante ejercicio. Si tu alimentación es pobre y escasa para el tipo de vida que llevas, carecerás del vigor y la energía que necesitas. No obstante, el abuso no es ejercicio, y conviene ser en todo momento consciente de la diferencia. El cambiar totalmente y de repente de unos hábitos alimenticios a otros nuevos puede provocar imprevistas molestias temporales, lo que te proporcionará la coartada o justificación para recaer en los hábitos antiguos, por destructivos que éstos sean. La descarga demasiado rápida de las toxinas almacenadas en la corriente sanguínea puede hacer experimentar náuseas, mareos, vómitos, dolores y molestias generalizadas y una sensación general de falta de vigor o energía. Por tanto, lo mejor es realizar una transición gradual. Probablemente, antes de lograr una transición o cambio completo de dieta, necesitarás hasta dos o tres años de experimentación seria y consciente. Recuerda que el renunciar a las sabrosas porquerías que llevas años y años comiendo no constituye pérdida alguna, sino un verdadero don de la vida, que se realiza con el conocimiento. Tu cuerpo fue creado para sobrevivir y reproducirse, no para estar enfermo o fatigado. Todas y cada una de las células, todos y cada uno de los aparatos de tu organismo, fueron diseñados para que funcionasen a la perfección. Y todos los instintos básicos de tu ser se encaminan hacia ese fin. Si se le deja que funcione «a su aire», el cuerpo humano será capaz de recuperarse y rejuvenecerse hasta extremos que la ciencia no ha logrado aún comprender. Las reglas de la naturaleza son claras y explícitas. Escúchalas. Si eliminas la causa de la enfermedad, las toxinas acumuladas, la energía bloqueada, las tensiones, las materias extrañas, no sólo permitirás a tu cuerpo curarse, sino que te asegurarás también una mayor longevidad. Te concederás asimismo la posibilidad de alcanzar un nivel de consciencia con el que no te habías atrevido ni a soñar. Una vez refrenado tu apetito habitual, descubrirás que, cuando actúas de forma natural, comes únicamente las cantidades de alimentos que realmente necesitas. Conviene distinguir entre el apetito y el hambre. El hambre es una necesidad instintiva del cuerpo de buena alimentación. El apetito un deseo de tragar algo para satisfacer alguna necesidad psicológica de carácter impulsivo. El ser humano es el único animal de la naturaleza que come por hábito o costumbre. La comercialización de los alimentos se combina con la neurosis, tan frecuente en el mundo occidental, de convertimos en comedores insaciables y compulsivos en lugar de en comedores morigerados y conscientes. Al igual que el perro de los experimentos de Pavlov, segregamos saliva en cuanto oímos la televisión, la radio, o cuando el nerviosismo se apodera de nosotros. Tales hábitos alimenticios fatigan el organismo y pronto dejamos de extraer el máximo aprovechamiento de los alimentos que ingerimos. Como ya de entrada esos alimentos suelen ser incompletos, estamos atrayendo nuestro propio mal y nuestros propios problemas. Lo más importante es comer sólo lo que se necesita y relajarse. Para tranquilizarte emocionalmente, respira en lugar de comer y, sobre todo: No comas cuando no tengas hambre. El norteamericano medio come probablemente tres veces más de lo que realmente necesita. Como, por lo general, la alimentación moderna está desvitalizada y devaluada, suele almacenar la parte no asimilada en forma de grasa y, para continuar su ritmo de vida habitual, quema calorías y energía nerviosa. Pero tiene aspecto cansado, se siente continuamente fatigado y se gasta montones de dinero y energía en intentar cuidar y curar sus diversas enfermedades. Una vez que hayas iniciado una dieta o régimen alimenticio correcto, descubrirás que comes menos y que no sientes tanta ansia de comer. La razón es que estás adecuadamente alimentado. 

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